Hoy creo que no voy a alcanzar a hacer el último paseo, así que a las 10:40 p. m. me puse a escribir en el sillón.
Hoy fue un día bueno, y como todo día bueno en mi mente surgió una crítica dispersa al capitalismo así que se las comparto:
Las críticas contra el capitalismo son inútiles, porque si es una muy buena crítica probablemente venda mucho y, por lo tanto, ya no sea una crítica, sino parte del mismo sistema.
Además, muchas veces esas críticas afectan tanto nuestra propia percepción de lo que está bien y lo que no, que las evadimos para no enfrentar el hecho de que podríamos vivir mejor. Por ejemplo, evitamos la crítica de que el capitalismo nos hace competir, porque sabemos que competir es malo, que se siente feo perder, que en teoría hay un ganador o un grupo de ganadores, y yo quiero ser parte de él. Y aún creo, un poco dentro de mí, en la meritocracia, en la idea de que el mundo funciona en base al esfuerzo.
Por lo tanto, si llevamos tanto tiempo viviendo en una sociedad que en realidad no premia el esfuerzo, no es que tengas mala suerte por haber nacido en Palestina y que haya una guerra en tu país por cuestiones tan estúpidas como una frontera y un país introducido e inventado de la nada.
Primero que todo, la frontera no existe. No es un ente real que puedas tocar. Es una línea imaginaria entre lo que el otro cree que es suyo y lo que yo creo que es mío, cuando ninguno de los dos sabe qué es más justo para el otro y solo se basa en lo justo para sí mismo. Quizás los países, en algún momento, intentaron separar culturas, pero tal vez esa no era la solución.
Y no es mi objetivo convencer a nadie de que el comunismo es mejor, porque ya sabemos que no funciona, sino proponer un replanteamiento de este comunismo: uno en que realmente se formule un sistema que se rija por las bases del bien común, la empatía, y sobre todo la sensación de comunidad, a nivel local y global.
Porque las redes sociales nos muestran que, en realidad, todos en el mundo tenemos el mismo problema con la política corrupta y las leyes hechas para una élite. Entonces, quizás el problema no es que manejemos mal nuestras vidas y por eso estemos en medio de una guerra contra Israel; es que nunca tuvimos opciones, porque en todo el mundo dejamos que la gente mala nos controlara.
Al parecer, ya estamos en la distopía de 1984, solo que no hay un gran hermano, sino un grupo de grandes hermanos escogidos por la aleatoriedad del mismo sistema en que vivimos. Gente que llegó a esa posición por milagro: son 10 entre 10 mil millones, o sea, cada uno es 1 entre mil millones.
¿Cuántas personas necesito meter en una habitación para que uno de estos líderes, al entrar y preguntar al azar si alguien lo conoce, tenga una posibilidad de una entre dos de que lo conozcan?
Y quizás ahora a las 11 p.m. igual salga a pasear a mi perrita.
Si sacala igual 🫶